Parinamavada. Impermanecia
Hoy, a petición popular, os voy a hablar de un término que a mí particularmente me costó integrar, pero que una vez lo hice, me resultó tremendamente útil y muy placentero. Es el término de “Parinamavada”, que es la cualidad de cambio constante de todo lo que existe.
La forma en la que hoy vemos las cosas no tiene que ser la misma en la que la vimos ayer. Este término se aplica en las clases de Yoga para que entendamos que ninguna postura es igual, aunque la realices tres veces consecutivas, porque tu cuerpo y las condiciones siempre son cambiantes. Pero hoy, lo quiero llevar a nuestras vidas, a lo terrenal.
Esto que parece un término totalmente yóguico, no es más que la vida misma, como siempre suelo decir. La vida cambia, nuestro estado cambia, la naturaleza cambia, el Universo está en constante cambio, y esa cualidad de transformación es continua y siempre sigue un determinado patrón: creación, sostenimiento y disolución. Pero donde finaliza la disolución, comienza de nuevo la creación. ¿Es o no es, maravilloso?
Toda forma y todo contenido está en cambio constante. Esta noción de cambio constante sugiere que no tenemos que desalentarnos ni perder la esperanza por ello, porque si las cosas van mal, siempre podremos realizar algún cambio para mejorarlas, y desde mi punto de vista, ahí está la chispa de la vida. Siempre digo que, si cada día no nos trajese nuevas oportunidades de superación en las que podernos desarrollar, sería mejor no levantarse de la cama cada mañana.
Con el simple hecho de integrar que todo es cambiante (y no precisamente con el paso de mucho tiempo, a veces, en segundos, cambia todo), podemos aprender a estar presentes en todo momento y de esta forma, lograr mucho de lo que antes éramos incapaces de hacer.
Sin embargo, en nuestra cultura occidental, donde tan apegados vivimos a las cosas que, a veces, sentimos como nuestras, nos resulta tremendamente difícil entender la transitoriedad de lo que inevitablemente se desvanece, puesto que todo cambia y lo que hoy es tuyo, mañana puede que no lo sea. Es más, me atrevo a decir que, nada de lo que pensamos que es nuestro, realmente lo es.
La ley de la impermanencia constantemente nos recuerda que no hace ningún tipo de excepción, que todo, absolutamente todo, está sujeto a un cambio que a veces es progresivo y en otras ocasiones, es radical.
Yo empecé a familiarizarme con este término porque siempre me he tenido por una persona “cambiante”, y para mí, lo que en muchas ocasiones era algo maravilloso e imprescindible, en cuestión de horas y a veces segundos, sentía como dejaba de serlo. Esto hizo que me empezara a plantear muchas cosas de esta Ley Universal de la Impermanencia, que hace que también, nos podamos ver a nosotros mismos de maneras distintas a cómo éramos tiempo atrás.
Muchas de las personas que nos rodean utilizan el término “Yo soy así” y, desde mi entendimiento, se niegan así mismos la posibilidad de avanzar y evolucionar. Personas que se autodenominan como estáticas, cuando en verdad, son totalmente dinámicos. Por mucho que intentes quedarte en tu lugar, la impermanencia te va a movilizar de forma inevitable.
Cuando hablo de esto con amigos, a algunos les crea bastante inquietud y malestar, pero no hay más que mirar hacia dentro para darse cuenta de que todos hemos sido testigos en nuestra propia persona, de cómo la propia mente va evolucionando y lo que antes despertaba felicidad, hoy genera tristeza, o de repente, es una cosa más entre tantas otras que están. Lo que te generaba ansiedad e incertidumbre puede que, con el paso del tiempo, genere indiferencia absoluta.
La forma en la que hoy vemos las cosas no tiene que ser la misma en la que la vimos ayer. Este término se aplica en las clases de Yoga para que entendamos que ninguna postura es igual, aunque la realices tres veces consecutivas, porque tu cuerpo y las condiciones siempre son cambiantes. Pero hoy, lo quiero llevar a nuestras vidas, a lo terrenal.
Esto que parece un término totalmente yóguico, no es más que la vida misma, como siempre suelo decir. La vida cambia, nuestro estado cambia, la naturaleza cambia, el Universo está en constante cambio, y esa cualidad de transformación es continua y siempre sigue un determinado patrón: creación, sostenimiento y disolución. Pero donde finaliza la disolución, comienza de nuevo la creación. ¿Es o no es, maravilloso?
Toda forma y todo contenido está en cambio constante. Esta noción de cambio constante sugiere que no tenemos que desalentarnos ni perder la esperanza por ello, porque si las cosas van mal, siempre podremos realizar algún cambio para mejorarlas, y desde mi punto de vista, ahí está la chispa de la vida. Siempre digo que, si cada día no nos trajese nuevas oportunidades de superación en las que podernos desarrollar, sería mejor no levantarse de la cama cada mañana.
Con el simple hecho de integrar que todo es cambiante (y no precisamente con el paso de mucho tiempo, a veces, en segundos, cambia todo), podemos aprender a estar presentes en todo momento y de esta forma, lograr mucho de lo que antes éramos incapaces de hacer.
Sin embargo, en nuestra cultura occidental, donde tan apegados vivimos a las cosas que, a veces, sentimos como nuestras, nos resulta tremendamente difícil entender la transitoriedad de lo que inevitablemente se desvanece, puesto que todo cambia y lo que hoy es tuyo, mañana puede que no lo sea. Es más, me atrevo a decir que, nada de lo que pensamos que es nuestro, realmente lo es.
La ley de la impermanencia constantemente nos recuerda que no hace ningún tipo de excepción, que todo, absolutamente todo, está sujeto a un cambio que a veces es progresivo y en otras ocasiones, es radical.
Yo empecé a familiarizarme con este término porque siempre me he tenido por una persona “cambiante”, y para mí, lo que en muchas ocasiones era algo maravilloso e imprescindible, en cuestión de horas y a veces segundos, sentía como dejaba de serlo. Esto hizo que me empezara a plantear muchas cosas de esta Ley Universal de la Impermanencia, que hace que también, nos podamos ver a nosotros mismos de maneras distintas a cómo éramos tiempo atrás.
Muchas de las personas que nos rodean utilizan el término “Yo soy así” y, desde mi entendimiento, se niegan así mismos la posibilidad de avanzar y evolucionar. Personas que se autodenominan como estáticas, cuando en verdad, son totalmente dinámicos. Por mucho que intentes quedarte en tu lugar, la impermanencia te va a movilizar de forma inevitable.
Cuando hablo de esto con amigos, a algunos les crea bastante inquietud y malestar, pero no hay más que mirar hacia dentro para darse cuenta de que todos hemos sido testigos en nuestra propia persona, de cómo la propia mente va evolucionando y lo que antes despertaba felicidad, hoy genera tristeza, o de repente, es una cosa más entre tantas otras que están. Lo que te generaba ansiedad e incertidumbre puede que, con el paso del tiempo, genere indiferencia absoluta.
También puede pasar que lo que antes afirmábamos con contundencia, hoy sea todo lo contrario. Esto para muchas personas es malo (he oído mil veces que ser cambiante o variable es malo), cuando no es ni malo, ni bueno, simplemente es necesario para dejar de sufrir en muchas ocasiones y para ser más feliz aún si cabe.
Es fácil, se trata de asimilarlo y saber que nada, absolutamente nada es para siempre, y que el cambio es continuo. Si no fluyes con la vida y te aferras a luchar para que el cambio no suceda, es muy probable que sufras en el intento. Con esto no quiero decir que no luchemos por aquello que consideramos importante, ya que, de lo contrario, caeríamos en la pasividad absoluta y ese es un terreno bastante farragoso también.
Con esto quiero decir que es imposible luchar contra el poder del mar. Es mejor dejarse llevar por la corriente y fluir con ella. Esto que parece filosofía demagógica, me lo planteé hace unos años en una playa que solía frecuentar en Asturias. Dos personas habían desaparecido nadando en la playa en la que yo solía estar. Eran dos expertos nadadores de la zona. Desgraciadamente uno falleció, y la persona que se salvó expresó que se había dejado llevar por la corriente hasta que ésta le sacó muchos kilómetros más allá. De su compañero dijo que había desfallecido por tratar de luchar nadando contra el mar. Este hecho horrible hizo que me planteara muchas cosas en mi vida.
Las emociones son efímeras ya que nos abordan, pero se disuelven si no oponemos resistencia, ni nos identificamos con ellas. La naturaleza de nuestras emociones es absolutamente circunstancial, lo que hoy sentimos, al tiempo, puede quedar atrás. Esta es quizás la verdad más difícil de aceptar para la cultura occidental, tan acostumbrada a dar por hecho, lo que está en constante transformación.
Pasa la alegría, pasa la calma, pasa la agitación, pasan las personas por nuestra vida (lo que es más duro aún), pasamos nosotros por las vidas de ellas. Y en este devenir, aunque algo se vaya siempre, hay algo por venir. Igual que cuando queremos renovar nuestra casa, de forma irremediable, tenemos que deshacernos de todo aquello que es inservible y ocupa un espacio inútil en ella.
La pasada semana, una persona muy allegada a mí me mostraba su felicidad por haberse encontrado con una amiga que desapareció de su vida sin más, sin dejar rastro. Resulta que se había encontrado con ella y parecía que no había pasado el tiempo. Ella refirió lo siguiente: “Desapareció de mi vida porque su vida cambió sin que ella pudiese evitarlo, y yo, nunca quise presionar porque cada persona necesita su espacio” …sabia reflexión.
Pienso que es importante trabajar sobre este término lo suficiente para aprender a fluir, y lo que es mejor, dejar de sufrir. Es, con frecuencia doloroso, pero a la vez, tremendamente liberador. No hay construcción de lo nuevo, si no hay destrucción de lo viejo.
Aunque en nuestro plano terrenal sea difícil obtener los recursos para comprender el por qué de muchas de las cosas que nos suceden, nada en la vida es casualidad, nada sucede por azar. Estamos influenciados por la sincronicidad y el cambio. Y es maravilloso aprender a observar tales “causalidades” que no “casualidades”.
La vida es una maravillosa y bien organizada coreografía que todos deberíamos aprender a bailar, no solo con el cuerpo, sino con la mente, el espíritu y con el alma. Ya que una mente flexible te aporta posibilidades y un alma dispuesta a crecer te enriquece. Así en el baile como en la vida, si no te aprendes bien la coreografía, desentonas.
Es fácil, se trata de asimilarlo y saber que nada, absolutamente nada es para siempre, y que el cambio es continuo. Si no fluyes con la vida y te aferras a luchar para que el cambio no suceda, es muy probable que sufras en el intento. Con esto no quiero decir que no luchemos por aquello que consideramos importante, ya que, de lo contrario, caeríamos en la pasividad absoluta y ese es un terreno bastante farragoso también.
Con esto quiero decir que es imposible luchar contra el poder del mar. Es mejor dejarse llevar por la corriente y fluir con ella. Esto que parece filosofía demagógica, me lo planteé hace unos años en una playa que solía frecuentar en Asturias. Dos personas habían desaparecido nadando en la playa en la que yo solía estar. Eran dos expertos nadadores de la zona. Desgraciadamente uno falleció, y la persona que se salvó expresó que se había dejado llevar por la corriente hasta que ésta le sacó muchos kilómetros más allá. De su compañero dijo que había desfallecido por tratar de luchar nadando contra el mar. Este hecho horrible hizo que me planteara muchas cosas en mi vida.
Las emociones son efímeras ya que nos abordan, pero se disuelven si no oponemos resistencia, ni nos identificamos con ellas. La naturaleza de nuestras emociones es absolutamente circunstancial, lo que hoy sentimos, al tiempo, puede quedar atrás. Esta es quizás la verdad más difícil de aceptar para la cultura occidental, tan acostumbrada a dar por hecho, lo que está en constante transformación.
Pasa la alegría, pasa la calma, pasa la agitación, pasan las personas por nuestra vida (lo que es más duro aún), pasamos nosotros por las vidas de ellas. Y en este devenir, aunque algo se vaya siempre, hay algo por venir. Igual que cuando queremos renovar nuestra casa, de forma irremediable, tenemos que deshacernos de todo aquello que es inservible y ocupa un espacio inútil en ella.
La pasada semana, una persona muy allegada a mí me mostraba su felicidad por haberse encontrado con una amiga que desapareció de su vida sin más, sin dejar rastro. Resulta que se había encontrado con ella y parecía que no había pasado el tiempo. Ella refirió lo siguiente: “Desapareció de mi vida porque su vida cambió sin que ella pudiese evitarlo, y yo, nunca quise presionar porque cada persona necesita su espacio” …sabia reflexión.
Pienso que es importante trabajar sobre este término lo suficiente para aprender a fluir, y lo que es mejor, dejar de sufrir. Es, con frecuencia doloroso, pero a la vez, tremendamente liberador. No hay construcción de lo nuevo, si no hay destrucción de lo viejo.
Aunque en nuestro plano terrenal sea difícil obtener los recursos para comprender el por qué de muchas de las cosas que nos suceden, nada en la vida es casualidad, nada sucede por azar. Estamos influenciados por la sincronicidad y el cambio. Y es maravilloso aprender a observar tales “causalidades” que no “casualidades”.
La vida es una maravillosa y bien organizada coreografía que todos deberíamos aprender a bailar, no solo con el cuerpo, sino con la mente, el espíritu y con el alma. Ya que una mente flexible te aporta posibilidades y un alma dispuesta a crecer te enriquece. Así en el baile como en la vida, si no te aprendes bien la coreografía, desentonas.
Me despido hasta el siguiente post deseándote una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo 2022 y recordándote que nadie, absolutamente nadie, es dueño de la verdad absoluta. Lo verdaderamente importante es experimentar.
Hari Om