El Blog de Sankalpa Yoga. El Ego y sus trampas.

Hoy, y a petición popular, voy a charlar acerca del Ego, ese viejo conocido, a veces tan mal catalogado y otras injustamente demonizado. Pues bien, empezaré diciendo que para mí el ego no es otra cosa que un mecanismo de supervivencia, algo que coincide con muchos autores a los que he consultado a lo largo de mi vida. Un mecanismo de supervivencia hasta que descubres que puedes valerte por ti mismo, hasta que poco a poco y no exento de bastante trabajo, descubres cuál es tu esencia y cómo puedes razonar conscientemente teniendo un conocimiento propio.

El ego es un conjunto de creencias y condicionamientos que nos han impuesto desde que nacemos. Vamos creciendo con una carga emocional condicionada que llega a ser nuestra identidad y nuestra personalidad. En ese momento creemos que somos esa personalidad creada y alimentada desde el condicionamiento. Durante toda nuestra vida seguimos pensando que somos eso y no lo discutimos, no nos lo planteamos a nosotros mismos porque ¿cómo voy a discutir o discrepar de algo con lo que me identifico?, ¿cómo voy a discrepar conmigo mismo? ¡Oh, me quedaría sin identidad!

A la personalidad, muchos autores lo llaman máscara ya que deriva de la palabra “persona” que en latín es “máscara”. Tenemos tantas máscaras como egos construimos. Y muchas personas se preguntan ¿es bueno o es malo el ego? Yo siempre contesto de la misma forma, para mí las palabras bueno y malo son relativas ya que siempre he pensado que fueron creadas para tenernos divididos, o estás en un lado o estás en otro. Las religiones y la política tuvieron mucho que ver en ello desde mi punto de vista (ya lo hablaremos cuando abordemos el Tantra).

El ego es necesario en nuestras vidas y para ello pondré un ejemplo: puedes ponerte la máscara de hijo y actuar como tal cuando estás con tus padres y al rato, ponerte la máscara de encargado general de la fábrica en la que desarrollas tu labor profesional diariamente, y llegada la noche, la máscara de pareja cuando llegas a casa. Eso no debe ser malo si entiendes cuál es tu verdadera esencia, lo que el Yoga llama “Purusha”.

El verdadero problema surge cuando supeditas tu felicidad a esos egos. Por seguir con el ejemplo, cuando llegas a casa y le dices a tu pareja que con tanto cariño ese día te está preparando un suculento plato para cenar, que no haga esa cena si no otra que es más apetecible para ti, y tu pareja hace caso omiso y tú que, aún no te has quitado la máscara de encargado general, le repites en un mal tono que haga otra cena, como hace un rato les has indicado a los trabajadores que tienes a tu cargo en la empresa y por supuesto, ellos han seguido tu indicación sin rechistar.

Ahí surge el verdadero problema, surge una discusión en la cual culpas a otra persona de haber hecho algo que no es lo que tú (tu ego) querías que se hiciera. Y eres infeliz, y culpas al exterior y a los demás, en este caso, a tu pareja, cuando realmente el problema está dentro de ti ya que tu ego te está dominando y estás supeditando tu bienestar y el de los que te rodean, a algo ajeno a ti.

Por lo tanto, el ego es una identidad que nosotros mismos creamos y nos creemos, a través de los estímulos externos y de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, dependiendo del entorno en el que nos haya tocado vivir. Cuando estamos centrados en nuestro ego, realmente estamos centrados en el mundo exterior y reaccionamos ante él de muy diversas formas pensando que es el causante de nuestro malestar.

Hay que tener en cuenta que todo lo que hay a nuestro alrededor es una ilusión. En Yoga se denomina “Maya”. Es esa ilusión, por lo tanto, que el ego y uno mismo, han creado para defenderse.

Nuestra felicidad, tranquilidad, sosiego y otras muchas no dependen del ego si no de nuestro ser real, de nuestra esencia. La paradoja es que el ego fue creado en un momento inicial para defender ese ser real o esencia que como decía al principio, no fue respetado por nuestros progenitores o cuidadores en su afán por protegernos del exterior.

Por lo tanto, cuando cedemos todo el poder al ego, estamos desconectándonos de nuestro propio ser y eso crea una serie de problemas que nos afectan de forma relevante. Uno de ellos es el sentimiento de vacío, el sentimiento de estar viviendo una vida que no deseas. Nuestra serenidad, felicidad y paz están en el interior y debemos conectar con él para quitarle poder al ego y, por lo tanto, abandonar esas sensaciones que nos hacen vivir una vida que no es la que deseamos. Pienso que llega un momento en la vida de las personas en la que cansados de sufrir (al menos a mí me ha sucedido), comenzamos a buscar esa verdadera identidad, ese “Purusha”, recurriendo o centrándonos en técnicas de desarrollo personal que mucho tienen que ver con la espiritualidad, estando el Yoga entre ellas.

En ese momento empezamos a dotarnos de herramientas que nos ayuden para comenzar a quitarnos esas máscaras que tanto malestar nos acarrean. Comienza un proceso de búsqueda de esa madurez personal, intelectual y/o espiritual. ¡Pero amigos! ese camino es largo y duro, y en él nos volvemos a encontrar con el principal problema que nos trajo hasta aquí. Y no es otro que la espiritualización del ego. Es creerse uno mismo como un ser especial por el hecho de ser practicante de Yoga, Reiki, Chikung o cualquier otra terapia o disciplina existente, y juzgar al resto de mortales por el simple hecho de no estar en nuestro camino. Y para respaldar esta afirmación se me viene a la mente la frase del Maestro Mooji que dice: “Si crees que es más espiritual ser vegetariano, hacer yoga o dejar de ver la televisión, eso está bien, pero si juzgas a quien no hace esto, entonces estás cayendo en una trampa del ego”

Pero como este tema es bastante amplio y seguro que tendremos tiempo de tratarlo más adelante, me iré despidiendo, deseando que este post despierte vuestra curiosidad y sigáis indagando en su contenido. Como siempre me despido hasta la próxima semana y recuerda que nadie, absolutamente nadie, es dueño de la verdad absoluta. Lo verdaderamente bello es experimentar.

 

Hari Om   Namasté